Texto: Deftone
Fotografías: Deftone
El Auditorio Nacional se convirtió el pasado sábado en un asilo de redención emocional. No fue solo un concierto, fue una ceremonia dividida en cuatro actos, en los que La Castañeda se presentó como guía de un viaje sonoro que abarcó más de tres décadas de creación, locura, pasión y catarsis.
El público, de rostros tatuados con historias y camisetas negras que parecían uniformes de fe, llenó el coloso de Reforma para ser parte de una liturgia única. La noche comenzó puntual y con un primer acto potente que dejó claro el tono del ritual. Todo Pasará, Loco y Norma fueron las puertas de entrada a un universo oscuro y profundamente humano.
La banda, fiel a su estilo teatral, dividió su presentación en cuatro actos bien definidos. El primero, cargado de nostalgia y mensaje, culminó con Estación, dejando a la audiencia sumida en una especie de trance colectivo. El segundo acto encendió la intensidad con himnos como Ciudad Psicótica, Gitano y la infaltable Dosis, acompañada por visuales oníricos y performanceros que evocaban un mundo entre lo psiquiátrico y lo poético.
Para el tercer acto, la narrativa tomó un giro más íntimo y visceral. Tóxico, Nancy y Ventana hicieron que el Auditorio se volviera una cápsula emocional. Ámbar y Tu Culto, cerraron este segmento con una fuerza que retumbó hasta el último rincón del recinto. El telón cayó, pero era apenas el respiro antes del clímax.
El cuarto acto fue una explosión. Con Tumba y Tloque como entrada, la banda desató una descarga de energía y simbolismo. Cautivo y Ángel; La Espina con un saxofón que desgarraba el alma; y Transfusión, que convirtió el Auditorio en una danza colectiva de luces y sombras. El clímax llegó con Cenit y Noches, piezas que demostraron que La Castañeda no ha perdido un ápice de potencia escénica.
El gran cierre con Ángel dejó un eco suspendido en el aire. Nadie se movía, como si el hechizo necesitara tiempo para romperse. Algunos lloraban, otros simplemente se abrazaban en silencio. Así fue esta noche: más que un concierto, una ceremonia de introspección colectiva. Una demostración de que la locura, cuando se comparte, puede salvarnos.
La Castañeda no solo tocó 30 canciones. Nos entregó una experiencia ritual. Una noche para no olvidar.
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