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Mente Maestra

Texto: Adrian Salvador

El minimalismo aplicado al género del atraco

The Mastermind (2025) es el filme más reciente de la directora estadounidense Kelly Reichardt, conocida por su cine minimalista y contemplativo en cintas como Wendy and Lucy (2008) y First Cow (2019). Su premisa es simple: Ubicados en el Massachusetts de los años 70, seguimos a un joven esposo y padre de familia que, a la par de su vida cotidiana, planea un atraco al museo de arte local de su comunidad.

Los puntos más destacados de la película son sin duda su banda sonora, su diseño de producción y la cinematografía. Rob Mazurek nos regala un score de jazz que se vuelve desde el primer minuto un protagonista más de la cinta. La banda sonora del músico estadounidense complementa a la perfección cada escena, y junto con el espléndido diseño de producción a cargo de Anthony Gasparro, nos sumergen de lleno en la época en la que se desarrolla la película. La cereza del pastel es la cinematografía de Christopher Blauvelt, quien, junto al equipo de coloristas, termina de dotar al film de una pinta de haber sido filmado hace 50 años.

En el aspecto actoral, Josh O’Connor, quién ya nos había otorgado actuaciones increíbles en cintas como Challengers (2024) y La Chimera (2023), hace un excelente trabajo encarnando al protagonista, y termina cargando prácticamente solo todo el peso de la película ya que lamentablemente, para ser una película donde se comenten varios delitos, el verdadero crimen fue desaprovechar totalmente a Alana Haim, especialmente después de la gran actuación que nos ofreció en la aclamada Licorice Pizza (2021).

En cuanto al desarrollo de la trama, podríamos decir que el mayor conflicto que nos plantea este filme reside en su propia estructura narrativa. La directora construye meticulosamente la primera mitad de la cinta como un clásico filme de atracos, sin embargo, en un intento por subvertir las convenciones del género, el guion procede a desmontar deliberadamente ese andamiaje previo, cambiando totalmente el ritmo y la dirección de la trama en la segunda mitad.

Otro aspecto a destacar es el tono irónico de la cinta, presente desde el título de la cinta hasta su desenlace. Así la película cierra con una interesante metáfora [Alerta de Spoiler]: El protagonista arquetipo del hombre blanco ensimismado que ignora sistemáticamente el contexto socio-político del mundo en el que vive es finalmente atrapado por la misma realidad social que despreció.

En conclusión, The Mastermind es un ejercicio cinematografíco con el estilo característico de Kelly Reichardt que brilla en su atmósfera y factura técnica. Por otra parte, su estructura narrativa, que se va desarmando lenta e intencionalmente, puede resultar algo aliénante para algunos espectadores. Aunque los adeptos al cine de Reichardt encontrarán elementos valiosos, la película no logra consolidarse como uno de sus trabajos más redondos, dejando la sensación de que, a pesar de sus pretensiones, se quedó a medio camino entre la deconstrucción de un subgénero cinematográfico y una reflexión social que no terminó de cuajar por completo.

 

 

 

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