Texto: Nayeli Flores
La cinematografía mexicana ha sido cuna de múltiples exploraciones narrativas que van desde lo social hasta lo fantástico, pero en Un Cuento de Pescadores: La Maldición de la Miringua, el director Edgar Nito propone una incursión atmosférica y culturalmente arraigada en el género del terror, a través del lente de las leyendas regionales de Michoacán. Esta película, más que ser simplemente una obra de horror, se presenta como una reconstrucción audiovisual de las raíces más profundas de la cosmovisión mexicana, al entrelazar la ficción con los mitos locales, lo sobrenatural con lo cotidiano.
El argumento gira en torno a una comunidad pesquera que habita una pequeña isla en algún rincón del lago de Pátzcuaro. Ahí, una figura espectral conocida como “la Miringua” ha sido durante generaciones objeto de susurros, temores y advertencias. La Miringua, una criatura acuática de aspecto pálido, ha comenzado a manifestarse de nuevo, condenando con su presencia a quienes se atreven a desafiar los límites del lago o transgreden las normas no escritas de la comunidad. Nito construye la narrativa en torno a varias historias entrelazadas, cuyos protagonistas se ven arrastrados tanto por conflictos personales como por el peso de una maldición que parece ineludible.
Uno de los grandes aciertos del filme es su compromiso con la autenticidad. Las locaciones rurales, los actores en su mayoría no profesionales, el uso del idioma purépecha en algunas escenas y los elementos culturales como danzas tradicionales, rituales de curación y remedios herbales mexicanos, dan cuenta de una película que busca respetar y representar la idiosincrasia del lugar en el que se inspira. No es un terror urbano ni universalizado, sino profundamente local y por ello más inquietante, más cercano.
La banda sonora es otro componente esencial en la construcción del ambiente. Compuesta por una combinación de sonidos ambientales y música elaborada con instrumentos prehispánicos, la música contribuye a un efecto envolvente que dialoga con lo visual y lo narrativo. Cada escena parece respirar con el lago mismo, con su misterio ancestral y su amenaza latente. La Miringua no necesita ser vista para hacerse presente: su eco se siente en los silencios, en la niebla y en las miradas temerosas de los isleños.
La fotografía, de tonos fríos y composición sombría, enfatiza la dualidad entre la belleza natural del entorno y el peligro oculto que habita en él. Los planos secuencia en los que se observa la inmensidad del lago o los caminos serpenteantes entre la maleza refuerzan la sensación de aislamiento e inminencia. La cámara no necesita efectos grandilocuentes para sugerir el terror: el verdadero miedo nace del reconocimiento de lo desconocido como parte del legado cultural.
En cuanto al desarrollo de personajes, si bien algunos arcos narrativos resultan esquemáticos, se agradece el esfuerzo del guion por otorgarles profundidad a través de sus vínculos con la comunidad, la tierra y la tradición. Las decisiones individuales que conducen al desenlace trágico de cada uno de ellos no parecen arbitrarias, sino inevitables, como si la maldición de la Miringua fuera también una metáfora del destino y de los ciclos no resueltos que se heredan de generación en generación.
Un Cuento de Pescadores: La Maldición de la Miringua se inscribe así en una corriente de cine de terror mexicano que apuesta por el folclor como recurso narrativo, evocando títulos como Vuelven (Issa López, 2017) o Kilómetro 31(Rigoberto Castañeda, 2006), pero destacando por su vocación etnográfica. Edgar Nito consigue una obra sugestiva, atmosférica y profundamente arraigada en lo mexicano, que no solo asusta, sino que también invita a reflexionar sobre la persistencia de lo mítico en la vida cotidiana.
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